viernes, 29 de junio de 2007

UN CHISTÍN, (lo envió el buen Raflex)

Estaba Jesús en el cielo, reunido con todos sus discípulos, analizaban la problemática de la droga en el mundo y cómo ésta destruía a muchas personas y familias. Pero como ellos nunca han probado ninguna substancia, no sabían realmente lo que producía, de modo que Jesús decidió mandar a todos sus discípulos a distintas partes del mundo para que trajeran diferentes clases de drogas y analizarlas……

Jesús pasó cinco días esperando hasta que por fin tocaron la puerta:
Toc-toc-toc
-Quién es????? – preguntó Jesús
-Soy Juan.

Jesús abre la puerta rápidamente y le dice:
-Qué trajiste, Juan??????
-Cocaína de Colombia, Maestro.
-Muy bien, pasa, déjala ahí.

Al rato…. Toc-toc-toc
-Quién es?????- pregunta Jesús.
-Soy Pedro.

Jesús abre la puerta y le dice:
-Qué trajiste, Pedro?????
-Marihuana de Jamaica, Maestro.
-Muy bien, Pedro, pasa y déjala ahí…

Toc-toc-toc
-Quién es????? – Pregunta Jesús.
-Soy Mateo.

Jesús abre la puerta y le dice:
-Qué trajiste, Mateo?????
-Crack de New York, Maestro.
-Muy bien, pasa y déjalo ahí…..

Y así sucesivamente iban llegando los discípulos. Trajeron: Heroína, Anfetaminas, LSD, Hachis, Pasta, Base, etc., etc., sólo faltaba un discípulo. En eso se oyó la puerta:
Toc-toc-toc
-Quién es????????? – pregunta Jesús.
-Soy yo, JUDAS.
-Qué trajiste, Judas??????
-Al FBI, Cabrones….. ¡¡¡¡¡¡¡¡
-TODOS CONTRA LA PARED!!!!!!! !!!.
-Ese de Barba es el Jefe…….

domingo, 24 de junio de 2007

BRUNCH DOMINICAL, o de cómo atrapan delincuentes

CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN. Describo los hechos que viví ayer, 24 de Junio, 2007, en Pachuca, Hidalgo a eso de las 11 am. Debido a este percance, la 3a parte de "La Beba de Brúsel, Historia por entregas" se pospondrá unos días más.

Imagina que el domingo, soleado y tranquilo, desayunas en algún hotel Business Class, podría ser un bello día familiar; en unas horas la selección mexicana de futbol jugará (y perderá, aunque para ese momento todavía no lo sabes, qué barbaridad) un partido por la Copa de Oro contra los gringos; en la TV se habla del tema. El sitio no presenta nada espectacular, salvo que el gran terreno de atrás es un campo de golf; esa mañana, desde los ventanales del restaurante era posible mirar jugadores y caddies que recorrían los prados a pie (no había de esos carritos caricaturescos). De pronto, sopas perico, entra alguien con traje camuflado y metralleta en mano, se dispone a disparar... mhhh, no, siempre no jala el gatillo. Lo sigue un comando entero, decenas de tipos se apoderan del lugar. El lobby del hotel, como churro hollywoodense, infestado de gente armada y enmascarada que corre hacia los pasillos del mentado sitio. Uno de los que participan en la operación, pañoleta negra que cubre su rostro, con un grito medio contenido: “¡Tranquilos, no pasa nada, no se muevan, tranquilos, todo está bien, no pasa nada!”; eso sí, no suelta el arma, con el cañón hacia el techo, al tiempo que realiza movimientos ligeros de cabeza: mira hacia el restaurante, hacia el lobby, hacia la calle. Cualquier mente sensata pondría en mayúsculas “¿NO PASA NADA?”. En el motor lobby del hotel siguen estacionándose con brusquedad Suburbans sin placas, y de ellas salen más y más tipos armados. Obvio, los huéspedes y comensales estamos paralizados. Uno de los enmascarados toma del cuello de la blusa a la recepcionista y le exige acompañarlo. Encañonada, ella se pierde por el pasillo de habitaciones en la planta baja, mientras otros más suben a zancada larga hacia el segundo piso. El lugar ––en estado de sitio––, ha sido ocupado por el dichoso comando. Nadie sabe de qué se trata. Definitivamente no son soldados comunes y corrientes, pues ninguno de ellos porta insignias del ejército mexicano. Tampoco llevan el trajecillo gris-rata de la PFP, y su aspecto atlético no da visos de que pertenezcan a ninguna corporación policiaca o judicial. En el uniforme de uno de ellos se lee “U.S.”, otro más porta la misma insignia, pero hablan español con acento mexicano, son morenazos casi todos, y su estatura no sorprende como lo haría la de un US Marine, por ejemplo. El silencio en el lugar se distiende con las palabras bobas de algún comentarista de TV cuyo rostro ocupa la pantalla cuasigigante. Quienes se acercan a preguntar a los que ejecutan la operación son ignorados y sólo reciben una indicación de mano para que se alejen. El cuerpo de seguridad del hotel, que parece algo así como un adorno, es ninguneado. Los pobres indefensos, con todo y blazer azul, walkie-talkie, parecen de juguete junto a los invasores. Todo el mundo habla en voz baja, las especulaciones comienzan a circular; al menos no hubo necesidad de hacer “pecho-tierra” u otras ridiculeces. Al poco rato, el puntero del escuadrón regresa a la salida. Tras él, en fila y a paso veloz, unos cinco o seis. Luego, cuatro sujetan y arrastran a un gordo que calza tenis nuevos de blanca piel, pantalón de mezclilla, atuendo similar al que llevan los que venden fayuca en los mercados; el preso iba tan, pero tan bien perfumado que deja una estela de algo así como Ermenegildo Zegna for men en el ambiente, pero su caminar, muy semejante al de un tameme con canasta de pescado sobre la espalda, le quitó todo caché. Había más uniformados. Tras ellos, otros cuatro llevan a un individuo de características similares al primero. Cierran las puertas de la primera Suburban. Se alcanza a leer una capa que cubre la nuca del segundo preso: “AFI”. “¿Será cierto?”, pregunta uno de los comensales, en voz muy baja (no es pendejo, señala otro, con voz aún más apagada). En total, son seis los arrestados que logramos contar. Rechinan las llantas de los autos y camionetas; los vehículos, TODOS, son civiles, y van ocupados por gente uniformada. Se van del lugar. El desconcierto es absoluto. ¿Narcotraficantes? ¿Secuestradores? Quién sabe. El caso es que el primer preso había desayunado en el mismo restaurante, casi me encontré con él ante la barra del bufet, y hasta estuve tentado a preguntarle a qué hora sería el partido. Por suerte no lo hice, mas adelánte detallaré este pormenor. En el momento de la irrupción yo ultimaba mi vaso con jugo de manzana frente a un posible cliente, hablábamos de cerrar pronto un trato, legal, nada que estuviese ni siquiera cerca de algún tema prohibido. Al cabo de unos minutos, él se levantó al baño, su rostro estaba pálido. Los meseros comenzaron a repartir bolillitos (miniatura, de restaurante quesque naiz) entre la gente. Una mujer de edad avanzada decía que le faltaba el aire, otros más se asomaron hacia la calle. Cinco o seis minutos después llegó una escolta de patrullas judiciales estatales ––recordemos, esto sucedió en Hidalgo––; los elementos eran notablemente más barrigones, menos atléticos, y su chaleco antibalas no causaba el mínimo respeto, al menos en comparación con el imponente atuendo de los primeros que llegaron a importunar mi desayuno, o Brunch, ya ven que ahora con eso de la globalizeishon, a los desayunos dominicales se les dice “Brunch”, o sea, la combinación huevona del gringo clasemediero que “ingeniosamente” dice Breakfast y Lunch en una sola palabra, como decir Spanglish, Bennifer o Brangelina, mas ó menos. Pero, una vez que hagamos a un lado el tema lingüístico, con su implicación malinchosa hoy tan en boga, como que no sabe igual de rico un bufet bien servido, barbacoa de Tulancingo, biscochitos con relleno de piña, y otros guisos con alto contenido de calorías o grasas saturadas, bueno, hasta había una señora ante un comal que preparaba quesadillas y sopecitos, tortillas hechas a mano.
El evento no fue poca cosa, definitivamente. Para buena fortuna de los ahí presentes, no se disparó una sola bala, aunque cabe dejar varias reflexiones sobre la mesa (la de discusión, pues la que utilicé para “Brunchear y negociar” no quiero volver a verla en un buen rato). Si bien es cierto que la delincuencia organizada en los últimos años creció dentro de nuestro país a pasos nunca antes vistos, las opciones que están siendo utlizadas para erradicarla de la sociedad generan más riesgos que soluciones. En el corto plazo resultan espectaculares, claro está, con los efectos paralelos sobre gente inocente, tal vez alguien que sufra un infarto o, en el caso específico de ayer, huéspedes del hotel que, mientras se ponían la ropa interior, fueron importunados por elementos del escuadrón; habitaciones que resultaron saqueadas por ellos mismos; la recepcionista que, con cañón de metralleta en la nuca, tuvo que abrir una puerta de los posibles delincuentes, sin mencionar algunos otros tantos aspectos censurables.

La espectacularidad funciona bien para el régimen en turno, pues ante la opinión pública, con su manita de gato correspondiente en las redacciones de los noticiarios televisivos y radiofónicos, o agencias de noticias, dejan una impresión favorable entre los espectadores. No así entre quienes solemos pensar en el siguiente nivel, quienes procuramos dar sentido a un bien llamado criterio y hacemos lo posible por generar escenarios probables ante decisiones del tipo “aspirina social”, quienes aborrecemos la manipulación. Ya que se echó a andar ese programa gubernamental anti-crimen, vale preguntarse si la represión es válida como estrategia a largo plazo. Es cierto, la función de un Estado (con “E” mayúscula) es, entre otras, resguardar el orden y la seguridad de sus habitantes, pero ¿y si uno de los que pertenecen a esos cuerpos de élite se corrompe? En ese contexto, ¿qué podemos esperar de un poli con formación militar que sea tentado por la ambición ante unos cuantos billetes que, con su trabajo honesto, no reuniría en decenios, y que, por sólo hacerse de la vista gorda con un narcotraficante, lo tendría en segundos? Entonces, ¿si fuera cesado de sus funciones, cuál será su siguiente paso? ¿Llegar de rodillas a la Basílica y pedirle ayuda a la Virgencita para encontrar trabajo aunque sea de taxista? El escenario que está por levantar su telón sin duda tiene mucha sangre en el suelo, y seguramente se mandó a poner rejillas suficientes para que la sangre que corra (de inocientes, sospechosos y culpables) no inunde tanto al país. No es un tema lejano, pues hasta presidentes de partidos (PVEM) o ex gobernadores (Gober Precioso) han sido pillados en actos ilícitos, aunque, en el caso de ellos, la impunidad es una garantía no negociable. En fin, se dejó crecer a la delincuencia, las rutas para enviar droga a los Estados Unidos de América ya no son tan sencillas desde el desmoronamiento torregemelístico del 2001, la ambición de muchos indeseables crece sin mesura, y eso es tema suficiente para corromper conciencias, para que un individuo de limitado entendimiento y nula formación ética decida enfocar su creatividad a extorsionar ciudadanos, piratear lo piratebale, contrabandear mercancías, distrubuir estupefacientes prohibidos, en síntesis, delinquir. El Estado no hizo gran cosa cuando debió hacerlo y, ahora, la poca imaginación del régimen en turno provoca que se consideren las salidas fáciles, con cierto grado de espectacularidad, sí, pero de muy baja eficiencia en el mediano y largo plazo.
Ya me tocó vivir una aventurilla de cerca, sin que se disparase una sola bala, sin que hubiese una orden judicial expedida que sustentara el operativo en el marco legal que indica el estado de Derecho; nunca defenderé criminales, pero, eventos como estos me llevan a pensar ¿de quién es la culpa, del caporal o del patrón que lo hace su compadre? Mientras tanto, nuestras madres, padres, hermanos, hijos, nosotros, cualquier civil, seguirá con el riesgo latente de que alguna bala perdida le perfore el pecho, y luego, si bien nos va, un funcionario de rango medio enviará una nota a los dolientes donde se lea “Disculpe usted, es por su seguridad. Sincero pésame
”.


miércoles, 20 de junio de 2007

Tierra Baldía. Revista de Literatura Universidad de Aguascalientes

En esta entrega, los invito a que se cuelen por el siguiente link: http://revistatierrabaldia.blogspot.com/ , donde encontrarán un texto de este su seguro servidor en el #38. No olviden pedir la siguiente entrega de la Foca de Brúsel, (3a) que saldrá muy pronto en este espacio.
L.

miércoles, 6 de junio de 2007

LA MUERTA ENAMORADA de Teófilo Gautier

Este me lo pasó mi compay Elías M.; yo tenía al menos unos 25 años de no leer nada de Gautier, desde que, siendo un pequeñuelo, me sumergí en las páginas del famoso "Capitán Fracaso", en una edición con ilustraciones, creo que de Bruguera. Ahora comparto el texto completo de un magnífico cuento, y gracias al cual resolví un complejísimo dilema durante la escritura de un argumento cinematográfico. El cuento completo se puede leer en el siguiente link:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/gautier/muerta.htm

Si bien el tema de los sacerdotes vuelve a la luz, ahora por la escasez de miembros dispuestos a resguardar los intereses de la iglesia, el asunto del texto que se sugiere apela a elementos de la condición humana que son innegables. En fin, demasiado choro para algo tan simple, y no dejen de leer la más reciente entrega de "La beba de Brúsel".

Salud.

martes, 5 de junio de 2007

LA FOCA DE BRÚSEL (2a parte)

Historia por entregas 2ª Parte (si desea ver la parte 1ª, haga click en la sección del mes de abril )

La mirada, gesto insolente, el pobre animal ni modo de que se avergonzara por empapar el souvenir aquel, cargado durante todo un viaje a través del medio oriente, la humedad se resuelve, no la pestilencia, pensaba Brúsel al revisar la alacena sin que apareciese el aerosol aroma frescalavanda que Ágata le sugirió comprar una vez que fue con él al súper y encontró en el botadero de remates un ci-dí de Iron Maiden. La muy culera lo compró a precio de risa para luego decir a nuestro héroe, mira Brúsel, mira, este güey se llama casi igual que tú, Bruce Dickinson, mira, en serio, bueno, este yo lo pago, pero también lleva el aerosol, nunca sabes si haga falta, ya ves que luego se quedan cerradas las ventanas y era cierto, pues el apartamento a veces olía como si se hubiese quedado a dormir un ejército centroamericano en campaña anti-guerrillas. Claro que Brúsel recordaba esa tarde, pues luego de salir del supermercado discutió con Ágata acerca de por qué ella insistía en decirle Bruce si su nombre no era ese. Entre tanto, la foca volvió a dar un aletazo en la alfombra, pero esa vez su amo sí se tapó los ojos con toda oportunidad, aunque el ardor de la fastidiosa cortisona ya comenzaba a hacer estragos en los lagrimales, y como sólo fue un poco de polvo lo que se levantó tras la expresión que la mascota procuró ejecutar como para que Brúsel recordase que debía alimentarla, hecho que no se verificó de inmediato. La neta es que a su amo ya le había dado hueva la música del momento, y como que el lounge se estaba popularizando a pasos agigantados, al grado de que el tipo del puesto de jugos que todas las mañanas le hacía su preparado de nopal para prevenir la diabetes le comentó un día que podía conseguir discos de la Putumayo, del Budah Bar y del Kandy, entonces el pobre Brúsel más que tomarlo como un cumplido sintió pisoteado su orgullo, su autoestima, cómo era posible que un pelafustán tan, pero tan tan horroroso le pudiese hablar de música que él consideraba nada más y nada menos que exclusiva para él y sus iguales, o sea, puro mamila pretencioso que ya se sentía dueño del mundo por ganar unos cuantos pesos haciéndose el interesante, y, claro, llevando un life-style a la usanza de, mhhh, es bueno preguntarse a qué clase o especie pertenecería Brúsel desde ahora, o desde antes, pues nunca se lo había preguntado y como el cronista que se está encargando de redactar los pormenores de estos breves pasajes no tiene acceso a la conciencia del diseñador industrial amigo de Ágata, sólo puede inferir cosas, o limitarse a señalar cuál fue el desplante de Brúsel cuando se asomó por la ventana para ver al cuate del puesto de jugos empujar el ruidoso carrito anaranjado con ruedas de balero y luego fijar la vista en el porta-ci-dis, casi como niño que ve al vecinito gordo y poco apto para el futbol portar el mismo modelo de zapatos tenis que escogió en el centro comercial por que eran los más caros. Un suspiro, luego dos, otro aletazo de la foca, y por fin Brúsel se dirigió a paso lento hasta la repisa. Claro que sí, pero por supuesto que Yes, sí, en efecto el Classic Yes, de 1981, remasterizado a principios del milenio y con bonus tracks, qué mejor que el rock progresivo para esos momentos tan desagradables, quizás mientras Ágata se metía solita al bar de Horacio y esperaba a que algún caballero pelo-en-pecho le invitase un trago, y él, como idiota en la sala de su loft quesque minimalista pensando en cómo diablos escoger un nombre adecuado para su nueva foca. La foto del Golden Gate en blanco y negro era bastante ochentera, totalmente fuera de órbita temporal, pero ni modo de quitarla, se la había regalado su papá el día que se graduó y además, gracias a esos días en San Francisco, en vez de seguirse hasta Ketchikan y perderse como Reynaldo entre los pescadores de cangrejo de Alaska, realizó todo trámite necesario para volver a casa con la documentación necesaria y así esperar el embarque en el que llegaría su foca. Beba, sí, el ruido interior en los conductos encefálicos aumentaba de volumen, no, en realidad el volumen que aumentaba era el del disco de Yes, yours is no disgrace, bueno bueno, mejor que las bocinas escupieran la voz de Jon Anderson y no la de Bruce Dickinson, que, para el caso era lo mismo, como Steve Howe, el guitarrista de YES que se llamaba igual que un pithcer al cual los Dodgers de Los Ángeles dieron de baja de las Ligas mayores por su adicción a la cocaína pocos años después de que Fernando “El Toro” Valenzuela llevase el orgullo mexicano a límites apenas vistos en California por Pedro Armendáriz (papá) cuando el cine nacional, puta madre, de cuantas burradas se acordaba Brúsel nada más por abrir la cajita de un ci-di y luego escuchar unas rolas que en la secundaria sí lo sorprendían y ahora nada más colaboraban para quitarle el mal humor. ¿Qué voy a hacer contigo?, preguntó a la foca. Por vez primera el animal inclinó la cabeza, casi como un perrito faldero que simula entender a su anciana ama. Obvio, Brúsel también suavizó el semblante, la sonrisa idiota era igualita a la del día que vió a su vecina tres años mayor que él salir en minifalda de cuadritos tipo escocés, y unas alpargatas (de moda por aquellos años) color durazno. Claro que no estaba enamorado de su mascota, pero el gesto le salió igual de ridículo. Beba, cada vez más fuerte. Ese era un nombre que le convencía. A fin de cuentas Ágata igual y ya estaba pirujeando, así se ponía cada vez que se enojaba con alguno de sus galanes, y ya, en vez de amanecer solita al menos un cabrón le diría algo en la mañana, al menos “¿tú quién eres?”, pero eso era mejor que despertar con los timbrazos de un despertador. Era un buen momento para investigar un poco más acerca de las focas. (continuará)