domingo, 24 de junio de 2007

BRUNCH DOMINICAL, o de cómo atrapan delincuentes

CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN. Describo los hechos que viví ayer, 24 de Junio, 2007, en Pachuca, Hidalgo a eso de las 11 am. Debido a este percance, la 3a parte de "La Beba de Brúsel, Historia por entregas" se pospondrá unos días más.

Imagina que el domingo, soleado y tranquilo, desayunas en algún hotel Business Class, podría ser un bello día familiar; en unas horas la selección mexicana de futbol jugará (y perderá, aunque para ese momento todavía no lo sabes, qué barbaridad) un partido por la Copa de Oro contra los gringos; en la TV se habla del tema. El sitio no presenta nada espectacular, salvo que el gran terreno de atrás es un campo de golf; esa mañana, desde los ventanales del restaurante era posible mirar jugadores y caddies que recorrían los prados a pie (no había de esos carritos caricaturescos). De pronto, sopas perico, entra alguien con traje camuflado y metralleta en mano, se dispone a disparar... mhhh, no, siempre no jala el gatillo. Lo sigue un comando entero, decenas de tipos se apoderan del lugar. El lobby del hotel, como churro hollywoodense, infestado de gente armada y enmascarada que corre hacia los pasillos del mentado sitio. Uno de los que participan en la operación, pañoleta negra que cubre su rostro, con un grito medio contenido: “¡Tranquilos, no pasa nada, no se muevan, tranquilos, todo está bien, no pasa nada!”; eso sí, no suelta el arma, con el cañón hacia el techo, al tiempo que realiza movimientos ligeros de cabeza: mira hacia el restaurante, hacia el lobby, hacia la calle. Cualquier mente sensata pondría en mayúsculas “¿NO PASA NADA?”. En el motor lobby del hotel siguen estacionándose con brusquedad Suburbans sin placas, y de ellas salen más y más tipos armados. Obvio, los huéspedes y comensales estamos paralizados. Uno de los enmascarados toma del cuello de la blusa a la recepcionista y le exige acompañarlo. Encañonada, ella se pierde por el pasillo de habitaciones en la planta baja, mientras otros más suben a zancada larga hacia el segundo piso. El lugar ––en estado de sitio––, ha sido ocupado por el dichoso comando. Nadie sabe de qué se trata. Definitivamente no son soldados comunes y corrientes, pues ninguno de ellos porta insignias del ejército mexicano. Tampoco llevan el trajecillo gris-rata de la PFP, y su aspecto atlético no da visos de que pertenezcan a ninguna corporación policiaca o judicial. En el uniforme de uno de ellos se lee “U.S.”, otro más porta la misma insignia, pero hablan español con acento mexicano, son morenazos casi todos, y su estatura no sorprende como lo haría la de un US Marine, por ejemplo. El silencio en el lugar se distiende con las palabras bobas de algún comentarista de TV cuyo rostro ocupa la pantalla cuasigigante. Quienes se acercan a preguntar a los que ejecutan la operación son ignorados y sólo reciben una indicación de mano para que se alejen. El cuerpo de seguridad del hotel, que parece algo así como un adorno, es ninguneado. Los pobres indefensos, con todo y blazer azul, walkie-talkie, parecen de juguete junto a los invasores. Todo el mundo habla en voz baja, las especulaciones comienzan a circular; al menos no hubo necesidad de hacer “pecho-tierra” u otras ridiculeces. Al poco rato, el puntero del escuadrón regresa a la salida. Tras él, en fila y a paso veloz, unos cinco o seis. Luego, cuatro sujetan y arrastran a un gordo que calza tenis nuevos de blanca piel, pantalón de mezclilla, atuendo similar al que llevan los que venden fayuca en los mercados; el preso iba tan, pero tan bien perfumado que deja una estela de algo así como Ermenegildo Zegna for men en el ambiente, pero su caminar, muy semejante al de un tameme con canasta de pescado sobre la espalda, le quitó todo caché. Había más uniformados. Tras ellos, otros cuatro llevan a un individuo de características similares al primero. Cierran las puertas de la primera Suburban. Se alcanza a leer una capa que cubre la nuca del segundo preso: “AFI”. “¿Será cierto?”, pregunta uno de los comensales, en voz muy baja (no es pendejo, señala otro, con voz aún más apagada). En total, son seis los arrestados que logramos contar. Rechinan las llantas de los autos y camionetas; los vehículos, TODOS, son civiles, y van ocupados por gente uniformada. Se van del lugar. El desconcierto es absoluto. ¿Narcotraficantes? ¿Secuestradores? Quién sabe. El caso es que el primer preso había desayunado en el mismo restaurante, casi me encontré con él ante la barra del bufet, y hasta estuve tentado a preguntarle a qué hora sería el partido. Por suerte no lo hice, mas adelánte detallaré este pormenor. En el momento de la irrupción yo ultimaba mi vaso con jugo de manzana frente a un posible cliente, hablábamos de cerrar pronto un trato, legal, nada que estuviese ni siquiera cerca de algún tema prohibido. Al cabo de unos minutos, él se levantó al baño, su rostro estaba pálido. Los meseros comenzaron a repartir bolillitos (miniatura, de restaurante quesque naiz) entre la gente. Una mujer de edad avanzada decía que le faltaba el aire, otros más se asomaron hacia la calle. Cinco o seis minutos después llegó una escolta de patrullas judiciales estatales ––recordemos, esto sucedió en Hidalgo––; los elementos eran notablemente más barrigones, menos atléticos, y su chaleco antibalas no causaba el mínimo respeto, al menos en comparación con el imponente atuendo de los primeros que llegaron a importunar mi desayuno, o Brunch, ya ven que ahora con eso de la globalizeishon, a los desayunos dominicales se les dice “Brunch”, o sea, la combinación huevona del gringo clasemediero que “ingeniosamente” dice Breakfast y Lunch en una sola palabra, como decir Spanglish, Bennifer o Brangelina, mas ó menos. Pero, una vez que hagamos a un lado el tema lingüístico, con su implicación malinchosa hoy tan en boga, como que no sabe igual de rico un bufet bien servido, barbacoa de Tulancingo, biscochitos con relleno de piña, y otros guisos con alto contenido de calorías o grasas saturadas, bueno, hasta había una señora ante un comal que preparaba quesadillas y sopecitos, tortillas hechas a mano.
El evento no fue poca cosa, definitivamente. Para buena fortuna de los ahí presentes, no se disparó una sola bala, aunque cabe dejar varias reflexiones sobre la mesa (la de discusión, pues la que utilicé para “Brunchear y negociar” no quiero volver a verla en un buen rato). Si bien es cierto que la delincuencia organizada en los últimos años creció dentro de nuestro país a pasos nunca antes vistos, las opciones que están siendo utlizadas para erradicarla de la sociedad generan más riesgos que soluciones. En el corto plazo resultan espectaculares, claro está, con los efectos paralelos sobre gente inocente, tal vez alguien que sufra un infarto o, en el caso específico de ayer, huéspedes del hotel que, mientras se ponían la ropa interior, fueron importunados por elementos del escuadrón; habitaciones que resultaron saqueadas por ellos mismos; la recepcionista que, con cañón de metralleta en la nuca, tuvo que abrir una puerta de los posibles delincuentes, sin mencionar algunos otros tantos aspectos censurables.

La espectacularidad funciona bien para el régimen en turno, pues ante la opinión pública, con su manita de gato correspondiente en las redacciones de los noticiarios televisivos y radiofónicos, o agencias de noticias, dejan una impresión favorable entre los espectadores. No así entre quienes solemos pensar en el siguiente nivel, quienes procuramos dar sentido a un bien llamado criterio y hacemos lo posible por generar escenarios probables ante decisiones del tipo “aspirina social”, quienes aborrecemos la manipulación. Ya que se echó a andar ese programa gubernamental anti-crimen, vale preguntarse si la represión es válida como estrategia a largo plazo. Es cierto, la función de un Estado (con “E” mayúscula) es, entre otras, resguardar el orden y la seguridad de sus habitantes, pero ¿y si uno de los que pertenecen a esos cuerpos de élite se corrompe? En ese contexto, ¿qué podemos esperar de un poli con formación militar que sea tentado por la ambición ante unos cuantos billetes que, con su trabajo honesto, no reuniría en decenios, y que, por sólo hacerse de la vista gorda con un narcotraficante, lo tendría en segundos? Entonces, ¿si fuera cesado de sus funciones, cuál será su siguiente paso? ¿Llegar de rodillas a la Basílica y pedirle ayuda a la Virgencita para encontrar trabajo aunque sea de taxista? El escenario que está por levantar su telón sin duda tiene mucha sangre en el suelo, y seguramente se mandó a poner rejillas suficientes para que la sangre que corra (de inocientes, sospechosos y culpables) no inunde tanto al país. No es un tema lejano, pues hasta presidentes de partidos (PVEM) o ex gobernadores (Gober Precioso) han sido pillados en actos ilícitos, aunque, en el caso de ellos, la impunidad es una garantía no negociable. En fin, se dejó crecer a la delincuencia, las rutas para enviar droga a los Estados Unidos de América ya no son tan sencillas desde el desmoronamiento torregemelístico del 2001, la ambición de muchos indeseables crece sin mesura, y eso es tema suficiente para corromper conciencias, para que un individuo de limitado entendimiento y nula formación ética decida enfocar su creatividad a extorsionar ciudadanos, piratear lo piratebale, contrabandear mercancías, distrubuir estupefacientes prohibidos, en síntesis, delinquir. El Estado no hizo gran cosa cuando debió hacerlo y, ahora, la poca imaginación del régimen en turno provoca que se consideren las salidas fáciles, con cierto grado de espectacularidad, sí, pero de muy baja eficiencia en el mediano y largo plazo.
Ya me tocó vivir una aventurilla de cerca, sin que se disparase una sola bala, sin que hubiese una orden judicial expedida que sustentara el operativo en el marco legal que indica el estado de Derecho; nunca defenderé criminales, pero, eventos como estos me llevan a pensar ¿de quién es la culpa, del caporal o del patrón que lo hace su compadre? Mientras tanto, nuestras madres, padres, hermanos, hijos, nosotros, cualquier civil, seguirá con el riesgo latente de que alguna bala perdida le perfore el pecho, y luego, si bien nos va, un funcionario de rango medio enviará una nota a los dolientes donde se lea “Disculpe usted, es por su seguridad. Sincero pésame
”.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Ah, que juguetón me resultó el Vega.